Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 22 de junio de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 138, 3301-3303
Tema: Presupuestos generales del Estado para 1883-1884

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): El Congreso recordará que no ha estado de parte mía la agresión, y que yo nunca, nunca he dejado de guardar ni a ese ni a ningún partido, pero muy especialmente a ese, las consideraciones que se merece, y que únicamente cuando ese partido no las guarda al Gobierno o al partido que el Gobierno representa, es cuando me pone a mí en el caso de no tenerle consideraciones que él a mi partido no dispensa.

¿Es que tiene el Sr. Romero Robledo dudas del monarquismo del Gobierno? (El Sr. Romero Robledo: Tengo grandes dudas de cómo defiende la Monarquía con su sistema y con su política.) Pues si no tuviera más defensor que S. S., ¡buena estaría la Monarquía! (Risas.)

El Gobierno actual defiende a la Monarquía como debe defenderla; lo que no hace nunca son alardes de esa defensa; cumple con su deber dentro de las leyes. (El Sr. Romero Robledo pide la palabra.), pero no alardes de defensas que no necesita la Monarquía. Su señoría y sus amigos suponen que hay gran necesidad de hacerlas, necesidad que no existe, para hacer extemporáneos alardes de monarquismo.

El Sr. Romero Robledo se levanta aquí para contestar a una alusión que en nada ofendía al partido conservador, que en nada obligaba al partido conservador, y en lugar de contestar a la alusión, viene a dirigir nada menos que el cargo de que el Gobierno deja indefensa a la Monarquía. ¿Le parece a S. S. que eso se puede oír con calma y con tranquilidad? (El Sr. Romero Robledo: Con más calma había yo oído antes a S. S.) ¿Eso no es agresión?

No he de entrar ahora en cierto género de consideraciones, porque no quiero hacerme cómplice de esta dilación que van experimentando los presupuestos; pero yo me atrevo a suplicar, si el Sr. Romero Robledo tiene interés en entrar en este debate, yo me atrevo a suplicar al Congreso que desde mañana haya dos sesiones diarias, porque la de la mañana o la de la tarde deseo dedicarla a S. S. completa, porque más deseos que S. S. tengo yo de entrar en este debate. (Muy bien.)

Entonces veremos y compararemos con vuestras leyes restrictivas lo que pasaba en vuestros tiempos, en los tiempos de vuestra dominación, con lo que pasa hoy, y entonces compararemos y veremos si se escandalizaban el suelo patrio y el suelo extranjero, como ahora supone S. S. que se escandalizan; y entonces veremos si las instituciones han estado más amparadas y mejor defendidas y respetadas en este tiempo que en los de vuestra dominación. Si SS. SS. quieren entrar en este debate, adelante, que yo lo deseo más que S. S. (Muy bien.)

Pero, señores, es singular el cargo que me ha dirigido el Sr. Romero Robledo. Desde el principio de este Gobierno declaré yo que todo lo que la ley consintiera sería consentido por el Gobierno, y que sería penado todo lo que la ley penara, porque el programa del Gobierno era el respeto a las leyes que se encontraban hechas, mientras no fueran derogadas; pero respecto a la ley de imprenta dije que el Gobierno sería todo lo tolerante que le fuera posible, no porque fuera mala ni buena, sino porque no estaba dentro del espíritu de este Gobierno el de la ley de imprenta que dejó el partido conservador, que será muy buena para SS. SS., pero que a nosotros no nos parece muy conforme con los adelantos de la época y el progreso de los tiempos. Siempre ha dicho este Gobierno que mientras fueran respetadas las altas instituciones, que mientras no fuera atacada la disciplina del ejército y mientras fuera respetado el hogar doméstico, no se aplicaría la ley de imprenta.

Afortunadamente ha habido un lapso de tiempo más largo de lo que desgraciadamente suelen ser en este país, en el que la prensa se ha contenido en límites de [3301] prudencia y en que el Gobierno no ha tenido necesidad de emplear la ley de imprenta. Pero, cosa extraña, señores; el primer periódico que faltó a este deseo del Gobierno y a esta necesidad verdaderamente política del país, fue un periódico conservador. (El Sr. Romero Robledo: ¿Cuál?) El que S. S. citó y que el Gobierno llevó a los tribunales ordinarios. (El Sr. Romero Robledo: Está absuelto.) ¡Ah! No, Sr. Romero Robledo, no ha sido absuelto; yo diré a S. S. lo que ha pasado. ¿Lo veis, señores? Ya lo defienden en lugar de protestar contra lo que aquel periódico dijo. ¿Es que S. S. cree que no delinquió? ¿Es que S. S. cree que trató con la consideración y el respeto debido a las altas instituciones? ¿Lo cree S. S.? (El Sr. Romero Robledo: Contestaré luego.) ¿Por qué no contesta ahora S. S.? (El Sr. Romero Robledo: ¿Qué quiere S. S.?) Una cosa muy sencilla: que conteste S. S. sí o no como Cristo nos enseña; que cuando no hay dudas, se contesta. (El Sr. Romero Robledo: Ya contestaré luego a S. S.) Bien; pues mientras S. S. contesta, yo seguiré mi peroración. (Muy bien, muy bien.) Resultó que el primer periódico que faltó fue un periódico conservador; y en el deseo del Gobierno de no aplicar la ley de imprenta, creyendo que el delito estaba penado en el Código penal, y siendo en principio las ideas del Gobierno que debe la prensa, como instrumento de delito, someterse a los tribunales ordinarios para que sus delitos sean juzgados por el Código común, llevó aquel periódico a los tribunales ordinarios.

Siguió todos los trámites que correspondían a este asunto, y de apelación en apelación llegó al Tribunal Supremo, y el Tribunal Supremo se encontró con una sentencia, no absolutoria, como ha dicho el Sr. Romero Robledo, sino condenatoria, y con una pena gravísima; y el Tribunal Supremo, ¿qué dijo? ¿Dijo que la pena estaba mal impuesta? ¿Dijo que el periódico no merecía la pena? No; lo que dijo fue que el Gobierno no debió haber llevado aquel delito ante los tribunales ordinarios, sino ante los tribunales de imprenta. Entonces se encontró el gobierno con que la ley de imprenta establece plazos fatales después de los cuales no cabe la denuncia; y como el Tribunal Supremo creía que no debía ser condenado el periódico por los tribunales ordinarios, y la ley de imprenta no se podía aplicar ya, resultó que quedó impune aquel delito, si se cometió, que yo creo que sí, y que fue grave, cuando a tan grave pena le condenó el tribunal ordinario. (El Sr. Romero Robledo: ¿A qué pena?) A varios años de presidio.

¿Lo veis, Sres. Diputados? ¿Veis la satisfacción con que dicen los señores de enfrente que fue absuelto? ¿Veis cómo sin querer manifiestan las simpatías que sienten por aquello que fue un ataque a las instituciones? (Muy bien, muy bien). No lo pueden remediar. Pues bien; el Tribunal Supremo creyó que el delito debía haber sido juzgado por los tribunales de imprenta, y como había terminado ya el plazo para entablar la denuncia ante este tribunal, el delito que se cometió quedó impune. Andando el tiempo, otros periódicos de otro color vinieron a cometer el mismo delito, y ¿qué había de hacer el Gobierno? ¿Había de llevarlos a los tribunales ordinarios, cuando el Tribunal Supremo había dicho que no debía llevarlos sino al de imprenta? Pues no tenía más remedio que llevarlos a éste. Yo no quería aplicar la ley de imprenta; pero entre dejar indefensas las instituciones o aplicar la ley de imprenta, que al fin y al cabo es ley, buena o mala, no he tenido más remedio que aplicarla.

¿Dónde está aquí el rencor para unos partidos y el favor para otros? Yo hubiera querido llevarlos a todos a los tribunales ordinarios; pero como el Tribunal Supremo me dijo que estos delitos debían ir al de imprenta, allá han ido, sin reparar el color del partido a que pertenecen.

No, Sr. Romero Robledo; yo no he tenido nunca inquina con el partido conservador; lo que he tenido es disgusto de la conducta que el partido conservador observa, porque veo que defiende con mucho calor, que habla con mucho calor de la Monarquía; pero mejor sería que hablando más tranquilamente, procediera de manera más favorable a la Monarquía; no me parece que cumple en sus procedimientos con la Monarquía tan bien como trata de cumplir con sus palabras: pudiera emplear más comedimiento en la palabra y apelar a procedimientos más seguros para obtener aquello mismo que afirma desear. Es extraño el argumento que ha salido esta tarde de labios del Sr. Romero Robledo: me acusa S. S. que trato con desvío y con inquina al partido conservador y que doy la mano a los partidos avanzados, y hace poco tiempo nos acusaba S. S. porque no dábamos la mano a los partidos extremos, que era lo que S. S. deseaba. (Muy bien, muy bien.)

Resulta, pues, que, mal que le pese al Sr. Romero Robledo, su partido cae en graves contradicciones de procedimiento. Todo su afán es matar al Ministerio, aun cuando para matar al Ministerio no queden bien paradas instituciones que a todos nos interesa, aun a aquellos que no son sus partidarios, conservar incólumes. Pero yo debo hacer justicia al partido conservador: no es esa la conducta de todo el partido; esa es la conducta de una parte de ese partido; hay procedimientos en los cuales no debe creer el Sr. Romero Robledo que representa a todo su partido; S. S. es muy activo, tiene una gran iniciativa y se mueve tanto, que los deseos de S. S. parece que son los deseos de todo un partido; pero en ese partido hay una gran parte que no sigue con gusto, ¡qué digo con gusto! Que no sigue de ninguna manera las evoluciones y los procedimientos que el Sr. Romero Robledo trata de imprimir a ese partido, porque si bien los cree perjudiciales al Ministerio, los cree también perjudiciales a las altas instituciones, y cuando se trata de hombres verdaderamente monárquicos y amantes de su país, y que ante todo y sobre todo quieren la Monarquía, la libertad y la salud de la Patria, saben prescindir de todo aquello que pueda modificar al contrario, si en algo puede modificar a las instituciones, que están por cima de los Gobiernos y de los partidos.

Yo, pues, me atrevo a aconsejar a mi antiguo y siempre querido amigo el Sr. Romero Robledo que prescinda un poco de sus ímpetus belicosos, de su ardiente pasión (en bien de su partido, se entiende) por el poder, en gracia de las altas instituciones; que no ataque nunca a los Gobiernos, si del ataque a los Gobiernos pueden resulta atacadas o quebrantadas cosas más altas; que no haga pactos ni cosa que se le parezca con sus adversarios, si de esos pactos, aun cuando resulte algo grave para el Gobierno, puede resultar algo más grave aún para las instituciones; y de esa manera, créame S. S., sobre los grandes servicios que S. S. ha prestado a su partido, puede prestar otro más grande, no sólo a su partido, que es lo que ha procurado hasta ahora, sino a las altas instituciones, a la Monarquía, que por de pronto no necesitaba esta tarde ni la palabra, ni la [3302] vehemencia, ni la pasión de S. S. pues la Monarquía ha estado perfectamente amparada y defendida con la protesta del Gobierno y de la mayoría de la Cámara frente a las palabras del Diputado republicano señor Portuondo. (Muy bien, muy bien.) [3303]



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